Reseña “Los funerales de la Mamá Grande”
“Lo único que para
nadie pasó inadvertido en el fragor de aquel entierro, fue el estruendoso suspiro de descanso que exhalaron las
muchedumbres cuando se cumplieron los catorce días de plegarias, exaltaciones y
ditirambos, y la tumba fue sellada con una plataforma de plomo.”
En su colección de cuentos
titulada Los funerales de la Mamá Grande,
Gabriel García Márquez nos presenta ocho muy interesantes historias; ésta
reseña, sin embargo, está enfocada particularmente en una, a saber, su homónima.
El cuento de Los funerales de la Mamá
Grande es una historia llena de sarcasmo y sátira que crítica de una manera
perspicaz a las dictaduras totalitarias que gobernaron alguna vez en el pasado de
nuestra historia colombiana.
Es bastante curioso y, si se
quiere también, divertido, que García Márquez desarrolle la trama en Macondo,
el mismo pueblo de su novela cronológicamente posterior, Cien años de soledad; también hace referencias a personajes de ésta
como el famoso coronel Aureliano Buendía. En el cuento, el autor nos relata la
historia del entierro de María del Rosario Castañeda y Montero, una mujer
soberana y dictadora en su pueblo, a quién todo el mundo tenia respeto, y que sin
ningún derecho legal tenía bajo su poder infinidad de tierras, y beneficios
económicos que cobraba anualmente a las personas quienes pagaban pacíficamente sin
decir nada al respecto aceptando todo con total pasividad. Cuando la mujer
muere, muchas personalidades, desde el presidente de la república, hasta el
Sumo Pontífice asisten a sus funerales; y entonces se crea un ambiente de
complicidad tácita, en la que están involucradas todas las personas que residen
en Macondo, pues estos pueden por fin descansar de la arbitrariedad y poder autoritario
de Mamá Grande; sus sobrinos solo quieren repartirse lo que ella dejó, y los
habitantes tuvieron por fin ese suspiro
de descanso que lograron conseguir con su muerte.
Ahora bien, es cuando menos
evidente la condición de subalternos
que tienen los habitantes de Macondo, pues estuvieron cerca de setenta años
bajo la hegemonía de una mujer que los engañaba y manipulaba para su propio
beneficio. El pueblo no tiene ni voz ni voto, pues Mamá Grande amañaba
cualquier clase de participación popular demócrata que pudiera haber, dando
asimismo prebendas a quien ella quisiera. Es inevitable hacer la comparación,
pero ¿Qué acaso no somos nosotros, los ciudadanos colombianos, los verdaderos habitantes de Macondo en el cuento? ¿Seguiremos
aceptando todo con total pasividad y resignación, y no haremos nada para
cambiar nuestra evidente condición de subalternos ante un gobierno que de una u
otra manera no es más que la prolongación silenciosa e hipócrita de aquellas
dictaduras oligarcas que nos azotaron tiempo atrás?